Los Cameristas de México
volvieron a presentarse en el escenario principal del Teatro Fernando Calderón,
para ofrecernos un repertorio compuesto por música clásica, romántica y
contemporánea, en el marco del Festival Internacional de Música de Cámara
Zacatecas 2013, que se llevará a cabo hasta el próximo 27 de julio en el más
emblemático foro de la capital zacatecana. El ensamble estuvo conformado por
Manuel Ramos, en el violín; Maria Vdovina, en la viola; Asaf Kolerstein, en el
cello; Mercedes Smith, en la flauta; Pedro Días, en el oboe, y Józef
Olechowski, en el piano; todos ellos prestigiosos músicos con considerables
trayectorias en su haber, quienes para esta ocasión nos ofrecieron creaciones
de Mozart, Brahms y Dutilleux.
La obra que dio inicio al recital fue “Sonatina para
flauta y piano”, del compositor francés Henri Dutilleux (1916 – 2013), en sus
movimientos Allegretto, Andante y Anime. Escuchar esta propuesta musical fue
como entrar a un mundo onírico, donde las situaciones se suceden unas a otras,
pasando de imágenes placenteras y reconfortantes, a siniestras pesadillas de
las cuales, no obstante, uno no quisiera despertar. Pese a esa secuencia,
aparentemente desconcertante, subyació un hilo conductor que nos guió a lo
largo de los tres movimientos que conforman la obra.
En seguida escuchamos dos creaciones del austriaco
universal, Wolfgang Amadeus Mozart (1756 – 1791), “Adagio K. 580a para corno
inglés, violín, viola y cello”, pieza que tuvo la capacidad de transportarnos
en el tiempo y el espacio a través de paisajes otoñales que despertaron la
nostalgia y la añoranza. La segunda obra que escuchamos de Mozart fue “Cuarteto
en Re mayor K. 285 para flauta y cuerdas”, en sus movimientos Allegro, Adagio,
y Rondeau. Allegro; lo que destacó en esta segunda creación fue la impecable
ejecución de la flauta, instrumento protagonista de la obra, enmarcada por las
no menos pulcras actuaciones de las cuerdas.
Nada de lo que pueda decir acerca de la música de
este Genio de todos los tiempos resultará novedoso, y más bien parecerá lugar
común, sin embargo, no deja de resultar sorprendente el que cada vez que uno lo
escucha, de inmediato nos remontamos a la más tierna infancia, es como si de
pronto volviéramos a sentir la alegría en su más pura expresión, sin malicias
ni reservas, no por nada Salieri, como personaje de la película “Amadeus”,
decía –palabras más, palabras menos- que cuando uno oía la música de Wolfgang,
lo que en realidad escuchaba era la risa de Dios.
Contrario a la obra que la precedió, “Cuarteto No.1,
Op. 25 para piano y cuerdas”, del compositor alemán Johannes Brahms (1833 –
1897), en sus movimientos Allegro, Intermezzo, Andante con Moto, y Rondo Alla
Zingarese, tuvo un carácter más bien dramático, con momentos que sugerían
estados de profunda y severa reflexión. Fue posible recrear, a través de sus
movimientos, paisajes nublados con la sensación de un frío invernal, que
resultaron verdaderamente sobrecogedores, pese a lo cálido y agradable de la
sala. Curiosamente en ese momento cayó una tormenta que dejó escuchar sus
truenos, insertados a la audición como un fondo ambiental (valga la expresión),
a la vez que en los patios laterales se escuchaba el escurrir del agua. El
momento no pudo ser el más adecuado; sin duda, fue la magia de la música. Sin
embargo, todo ese dramatismo desapareció en el último movimiento, en el que la
música se tornó intensa, brillante, vivaz y lúdica.
Fueron tan emotivos todos y cada uno de los
movimientos ejecutados durante el recital, que incluso, en algunas ocasiones,
entre dos de ellos, pertenecientes a la misma obra, el respetable no podía
dejar de manifestar su embeleso con aplausos, mismos que los músicos en el
escenario agradecían discretamente halagados. Otro detalle que llamó la
atención, fue el ambiente de buen humor que prevaleció a lo largo de la
función, contrastante con la imagen de rigidez que comúnmente prevalece en
torno a este tipo de actividades.
Ω
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